—No te lo vas a creer, tía.
—Cuenta rápido que, como me pille mi madre, no salgo en un mes.
—Me han seleccionado.
—Joder, qué puta suerte.
—He recibido la notificación esta mañana
—¿Y?
—Cincuenta días de reto guiados por “f57”, que nos enviará una prueba diaria.
—¿Y cuándo se supone que te conviertes en una ballena azul?
—El último día.
—Pues venga, tía, mucho ánimo.
Llegó al colegio abandonado a las cuatro y veinte de la madrugada. Saltó por la ventana sin cristales y alumbró el pasillo con la linterna que llevaba en la mano. Había escombros amontonados cerca de los radiadores, aunque la hilera de taquillas aún se conservaba intacta. Algunas incluso permanecían cerradas con el candado personal. Enfocó con la linterna hacia el techo, un reloj medio descolgado marcaba las siete y veintiocho. Sonrió.
Los primeros días del reto, no fue ningún sacrificio levantarse a las cuatro y veinte de la madrugada ni grabar el pasillo de su casa a oscuras mientras murmuraba palabras diabólicas. Era divertido dibujar ballenas azules en un cuaderno y después, aunque dolió un poco, grabarse una grande en el brazo con una navaja. Ver películas de terror y sicodelia a las cuatro y veinte de la mañana o ir a la vía del tren y caminar sobre ella. Lo mejor: tener una conversación con otra ballena por Skype, un oponente, un rival y al mismo tiempo alguien que compartía sus mismas emociones y las ganas de ser el vencedor del reto.
Subió las escaleras. En el primer piso, donde comenzaban las aulas, la pared de la galería estaba revestida de corcho marrón, aún permanecían expuestos, fijados con chinchetas, varios dibujos hechos por los más pequeños en su última clase de plástica. Una vez en el segundo piso, avanzó hasta el final del pasillo, giró a la derecha y enfocó a los letreros colocados cerca de las puertas. En el penúltimo encontró lo que andaba buscando: Aula de teatro.
El vigesimoquinto día recibió como reto pincharse las manos con una aguja la mayor cantidad de veces posible durante treinta segundos. Su madre quiso entrar en la habitación, pero ella tenía el seguro puesto para evitar que pasara. Al finalizar la prueba, subió el vídeo a las redes y llamó a su amiga.
—Joder, tía, ¿no te duele?
—Para nada. Es un subidón.
—¿Crees que vas a aguantar?
—¿No me ves capaz?
—Sólo digo que aún te faltan otros veinticinco días.
—No estás hecha para esto.
—No te pases, tía.
—Sólo digo que no tuviste cojones suficientes para inscribirte.
Era un aula pequeña y acogedora bastante deteriorada. La pintura de las paredes se había caído a pedazos y, en su lugar, se habían formado rodales grandes de moho. Había varias sillas tiradas por la sala. Ella colocó las que aún conservaban las cuatro patas, una al lado de la otra, delante del escenario, una pequeña tarima desgastada que se elevaba unos centímetros por encima del suelo. Sin soltar la linterna, se quitó la mochila y la dejó sobre el escenario. Sacó el móvil del bolsillo pequeño y miró la hora. Volvió a guardarlo. Se acercó a la ventana sin cristales y se sentó en el alféizar con las piernas colgando en el vacío. Alumbró la explanada cubierta de maleza. Un gato negro caminaba tranquilo por encima del muro que bordeaba el colegio y, como si el animal pudiera escucharla, le contó que pronto sería una ballena azul. Apagó la linterna. Giró la cabeza en dirección al aula. Oscuridad. Volvió dentro y sin encender el foco, buscó a tientas dentro de la mochila el paquete de galletas de chocolate y la botella de agua.
En la etapa final del reto, las pruebas iban siendo cada vez más duras: con el cristal de un vaso roto tenía que hacerse heridas en el labio, escribirse con un clavo “f57” en la palma de la mano, cortarse en los brazos con una hoja de afeitar a lo largo de las venas, permanecer durante veintidós segundos en el borde de la azotea más alta a la que pudiera subirse.
El día que se escribió un ‘Sí’ en el muslo con el cuchillo de cocina para confirmar que sería una ballena azul, llamó a su amiga.
—Quiero dejarlo.
—¿Qué?
—Me duele el cuerpo de tantos cortes. Mi madre está buscando un sicólogo porque dice que no estoy bien.
—Lo siento tía, pero no creo que te dejen abandonar así de fácil. Sólo te quedan diez días.
—Por favor, ayúdame, no tengo a nadie más.
—Te llamo luego, que viene mi madre.
Encendió la linterna de nuevo y puso una silla, la más fuerte, sobre el escenario. Enfocó hacia arriba. De la barra que cruzaba cerca del techo colgaban restos de tela roja. Era la que indicaban las instrucciones. Se subió a la silla, pero la barra estaba demasiado alta y aún quedaba fuera de su alcance. Dejó allí sus cosas y fue a buscar una escalera. En la planta baja, entró en el comedor, amplio y casi vacío. Solo unas pocas mesas y sillas arrimadas y cubiertas de polvo. Junto a las puertas abatibles del fondo, un carro de metal con bandejas. Tampoco en la cocina encontró nada que pudiera servirle. Avanzó por el pasillo, enfocando con la linterna a un lado y a otro, y descubrió la entrada al gimnasio. Era espacioso, con el techo alto. Las ventanas todavía conservaban la mayoría de los cristales. En el suelo de madera habían salido manchas negras y algunas zonas estaban levantadas debido a la humedad. La cinta blanca que marcaba el área de baloncesto se había despegado. Varias colchonetas medio rotas estaban apiladas cerca de la pared. Enfocó con la linterna hacia el fondo, a la zona donde se colocaba el potro y la cama elástica. Allí encontró la escalera. Estaba abierta, como si el conserje la hubiera dejado así con la intención de volver pronto. Era perfecta.
Su amiga no le había devuelto la llamada y ella envió un mensaje a su administrador:Quiero dejarlo. Enseguida recibió la respuesta: ¿estás dispuesta a tirar a la basura todo el esfuerzo que has hecho para llegar hasta aquí? Tienes miles de seguidores. Es normal que tengas dudas, todos pasan por ese momento, pero si llegas hasta el final, tus esfuerzos serán recompensados. El reto de hoy demostrará tu compromiso: ‘Hacer de un amigo tu enemigo’. Qué te parece. Lo tienes facilísimo.
Quedó con su amiga a las cuatro y veinte de la madrugada en el parque Naval. Cerca de una farola, preparó el trípode pequeño y colocó el móvil. De fondo tenía la imagen del monumento que daba nombre al parque. Cuando su amiga llegó, la cámara estaba grabando. No se esperó el primer tirón de pelos, ni el bofetón en la boca ni el puñetazo en el estómago. Tirada en el suelo, su amiga intentaba protegerse mientras ella le pegaba patadas en cualquier parte del cuerpo y la insultaba. Al terminar, subió el vídeo a su perfil de Instagram con la frase: ‘el pez grande se come al chico’. Cientos de corazones fueron subiendo en el marcador.
Llegó al aula de teatro y puso la escalera sobre el escenario. Las siete y veintitrés. Escribió a su administrador, le dio las gracias por estar a su lado durante toda esa aventura. Sacó el trípode pequeño de la mochila, lo puso en el borde de la tarima e instaló el móvil para hacer el directo en su perfil de Instagram. Empezaba a clarear. Ató a la barra la soga que traía en la mochila. Apartó la escalera y puso la silla de nuevo. Saludó a la cámara y a los primeros seguidores que se conectaban y miraban atentos cómo se subía a la silla. Sin perder el equilibrio, se puso la soga alrededor de la garganta y ajustó el nudo. A las siete y veintiocho, con el primer rayo de sol, saltó. El sonido del cuello roto la convirtió en ballena azul.
Ojalá más gente lea esto.
Elisa, había escuchado del caso hace unos meses, pero para ser muy honesta, no llegué a dimensionar bien de qué se trataba. Es un relato muy fuerte que une los nodos de información que tenía dispersos y me despierta muchas alarmas... me generó físicamente una sensación en el pecho, parecida a la soledad, a la desesperanza.
Muy valioso tu relato, muchas gracias por compartirlo. Que tus letras nos sigan abriendo los ojos ante temas como estos.
Me encanta que los relatos me produzcan sentimientos encontrados e incluso desagradables. Y este los ha conseguido desde el principio. Enhorabuena. Cuantos adolescentes han sufrido múltiples desgracias e incluso perdido la vida, por la importancia de pertenecer a un grupo. Por sentirse acogido. Muy refrescante el relato. Gracias por hacerme sentir.